Misionero del Sagrado Corazón.
Autor del libro Gaspar Vive, San José, Costa Rica, Artes Gráficas de Centroamérica, 1981.
Mi idea era recoger en el libro todo lo que pudiese de Gaspar García Laviana. Me moví intensamente por todo el país con la idea de decir la verdad sobre su proceder. Mi sorpresa fue que esa verdad que yo llevaba era muy diferente a la que me encontré. Quería evitar que el Gaspar sacerdote, defensor de la vida del pobre, del necesitado, fuese convertido en un personaje político, ya que a su entierro en San Juan del Sur y en Tola acudió una delegación bastante amplia de España, con representantes de UGT y de CC OO de Asturias. Iban a defender a un gran partidario de la revolución sin más; y Gaspar no era un partidario de una revolución meramente política; era su revolución en defensa del pobre, del oprimido, del tratado injustamente... La prueba está en que él, “su revolución”, sigue viviendo. En Tola y en Rivas, todo lleva su nombre: escuelas, un hospital, cuyas salas se llaman Gaspar sacerdote, Gaspar guerrillero, algunos pueblos...
Gaspar era muy avanzado. Le gustaba estar en la primera línea en todo, no por esnobismo sino porque él era así, de carácter decidido, lanzado. Eso ya lo había comprobado yo «Quería evitar que el Gaspar sacerdote fuese convertido en un personaje político en España, cuando tuve que sustituirle en la parroquia de San Federico, en Madrid. Gaspar era exactamente igual aquí que allá; pero su compromiso en Nicaragua se hizo muchísimo más grande.
Estuve varias veces en la casa donde él había vivido en Tola. Tan sólo había una cama, y encima de ella un crucifijo colgado con una cuerda gordísima, una silla de tres patas y una maleta de madera. Era todo lo que había de Gaspar en esa habitación. Me imagino que la ropa la daría a quien la necesitase. Esto ya indica su compromiso. Quería vivir la pobreza al máximo, pero no por un motivo político, en absoluto, ni por una mera razón social. Existía un motivo eminentemente religioso. Gaspar se unió al grupo sandinista porque era el único que podía, en aquel momento, evitar que Somoza siguiese gobernando en Nicaragua. Como él mismo dice en una de sus cartas, Somoza era un pecado, y había que erradicar ese pecado como fuese.
Más tarde pude recorrer con varios de los comandantes sandinistas sus residencias y fue muy triste comprobar que, salvo alguna excepción, todos los libros que tenían eran de Marx o Engels, lo cual indicaba ya un enfoque muy equivocado a lo que Gaspar hubiera defendido. Sólo uno de ellos, Edén Pastora, Comandante Cero, me habló de su contrariedad por ser lo único que podían leer sus muchachos.
Entre los misioneros del sagrado Corazón, sus hermanos y compañeros, hubo gente que aceptó el libro que escribí sobre Gaspar; a otros, los menos, les encantó, y hubo personas, como algún sacerdote mayor, que me dijeron: “¿Cómo escribes tú cosas sobre ese comunista?”. Es esa obsesión que tenemos de que el que no piensa como tú es malo. En la Iglesia esto se discutirá toda la vida, sin pensar que en el Renacimiento los papas a veces se vestían de armas para atacar a sus enemigos. Siempre tendremos esa discusión puritana, que nunca lleva a nada.
La revolución, al principio, fue una maravilla. Yo viví allí el primer año, y fue una delicia moverse por Nicaragua. Todos éramos “compas”. Después, por intereses personales (siempre ocurre lo mismo), todo se va al garete, y entonces la revolución no sirve absolutamente para nada.
Edén Pastora, Comandante Cero, no era marxista ni leninista; era un idealista revolucionario. Cuando llegó a Managua no le dieron ningún cargo de comandante, porque era un tanto independiente y, por lo tanto, peligroso. Le dieron un cargo de jefe de las fuerzas del pueblo o algo así. Creo que fue allí donde él se dio cuenta de que había hecho una revolución, no por el bien de los nicaragüenses, a favor de la independencia, de la libertad, de una mayor justicia social, sino a favor de una ideología. Después cometió el error de colaborar con la Contra. Pero es que, cuando a una persona se le encierra como a un gato, sale por donde menos se espera. Es un poco como lo que le ocurrió a Gaspar. Tuvo tres atentados prácticamente seguidos, fue cuando decidió dar el salto definitivo y se fue a trabajar con la guerrilla directamente.
Una persona medianamente sensible cuando lea su obra, sus escritos y piense un poco, sentirá que el ejemplo de Gaspar está vivo. Pero actualmente, la mayor parte de las personas no tenemos esa capacidad de pensar ni de meditar, ni de valorar la lectura, sobre todo, si se trata de poesía. Eso hace que no surjan tantos individuos como él. No estamos preparados, porque el ambiente social y educativo no nos lo permiten. Nos han destrozado esa posibilidad.
En Barcelona yo tuve dos discusiones con Gaspar. Me decía siempre lo mismo: “Es que no entenderás aquello; no estás allí, no lo entenderás, no entenderás el hecho de lo que yo estoy viviendo allí, por qué hacemos eso, porque tú no lo ves, sencillamente”. Ahora pienso que Gaspar tuvo un cambio fenomenal: se convirtió. Yo también puedo decir que hubo una conversión en mí después de conocer la realidad de Nicaragua. Pero la conversión de Gaspar es de otro tipo. Él era, como la mayoría de los asturianos, vital. Le gustaba vivir bien, era divertido, y también introvertido en sus cosas más personales. Le encantaba disfrutar y entregarse, y, cuando se encuentra con la realidad nicaragüense, estaba más que predispuesto a entregarse. Fue despojándose de los pantalones, de los calcetines, de casi toda su ropa menos lo esencial (hasta en eso fue consecuente en su entrega), y se fue quedando casi en la miseria. Era un líder vital; si no, nunca hubiera hecho lo que hizo.
Gaspar siempre andaba buscando algo nuevo a lo que entregarse. Y se encontró con la realidad de la vida del campesino, que es para asustar. En una ocasión, cuando iba con un sacerdote a un pueblo de la montaña, salió a nuestro encuentro una buena señora a ofrecernos la comida: dos huevos fritos. Resulta que no había más que esos dos huevos fritos en la casa. Mi compañero le dijo: “Por favor, dáselos a tus hijos, no a nosotros". Casos así se repetían a diario. La gente te daba todo, aunque no tuviera nada. Cuando los nicaragüenses comprendieron la posibilidad de conseguir una mayor justicia social se incorporaron al sandinismo, algunos de ellos por motivos religiosos. La Iglesia, como representación, no en bastantes de sus sacerdotes, no supo aprovechar esa circunstancia y, cuando se dio cuenta. la mayor parte de los muchachos eran seguidores de Marx, Lenin y Fidel Castro.
Escribí Gaspar vive, que fue editado en Costa Rica y que, en España, sólo se conoce en Asturias y bastante también en la parroquia madrileña de San Federico y en Barcelona, en el Colegio San Miguel, regentado por los Misioneros del Sagrado Corazón. Al cabo de unos años de haber publicado el libro, apareció otro título, Carta a un capellán muerto en Nicaragua, de un tal Urrutia. También está escrito en castellano (y en catalán), y es una copia casi descarada del mío. Hasta las direcciones, los números y los nombres, que en mi libro están cambiados para proteger a nuestros hermanos de Guatemala, son iguales, y el proceso de narración es exactamente el mismo. Es, descaradamente, una copia. Ni en un solo momento cita la fuente.