UN APLAUSO PARA EL CARDENAL MARX

No es sólo apoyar al Papa con palabras de aliento y gratitud por todo cuanto él dice y va haciendo. Es necesario acompañarlo con la propia reflexión y la práctica pastoral. Hay que pensar una nueva Iglesia, es verdad, pero sobre todo hay que irla haciendo. Desde abajo y desde arriba. El papa Francisco está estructurando un nuevo modo de ser Papa. Lo mismo debieran hacer los obispos “franciscanos”. Quizás aquí en España no hay muchos, al menos a la vista del cuadro dirigente que últimamente ha sido votado para estar al frente la Conferencia Episcopal. Dejando a un lado los miedos, ellos también tienen que ir rompiendo los moldes “tradicionales” episcopales, como lo hace Francisco, pues no tienen por qué constreñirles tradiciones que incluso no son las más antiguas. Como tampoco ninguna comunidad tiene que sofocar la natural creatividad que siempre en ellas ha existido en la historia de la Iglesia fructificando en una enriquecedora diversidad. La Tradición ha sido conformada paulatinamente durante muchos siglos condicionada por el contexto histórico y por la voluntad de sus protagonistas que han ido tomando decisiones que comportaban con frecuencia novedades. El mismo derecho que les asistía a ellos, les asiste hoy a quienes forman parte de las comunidades cristianas y a quienes las lideran.

Hay algunos problemas que son de fondo y otros que son puntuales. El clericalismo es una de esas cuestiones que están condicionando la solución de otras. Debe ser superado y a ello deben contribuir los clérigos y los laicos “franciscanos”. Los primeros compartiendo responsabilidades, entregándoselas (y haciéndolo de verdad) a los laicos y laicas de sus comunidades. Y estos, los segundos, si no lo hacen,  exigiéndoselo con presiones adecuadas. Es momento también de reivindicar la igualdad no sólo entre mujeres y hombres, sino también entre fieles rurales y fieles urbanos, los primeros muy desatendidos y los segundos excesivamente cultivados. La reforma que quiere hacer el cardenal alemán en su diócesis puede significar un primer paso para una renovación profunda del modo de ser y funcionar  sus comunidades cristianas. Puede ser el inicio de un camino que conduzca a la superación del pernicioso clericalismo.  Ojalá sigan sus pasos los cardenales y obispos españoles que con frecuencia se declaran seguidores del Papa Francisco.

Bien es verdad que muchos clérigos se resisten a ceder en su papel preponderante en la Iglesia, pero también los fieles muestran resistencia a ir superando este desequilibrio histórico que existe también en su mentalidad. No tiene por qué ser el clérigo quien ostente toda la “autoritas” en todos los sectores de la comunidad. Creo que es muy fácil de entender que, objetivamente, la economía parroquial, por ejemplo, no tiene por qué estar en manos “del sacerdote”. Sus manos no han sido consagradas específicamente para eso, diríamos, situándonos en una mentalidad tradicional. Al contrario. Debe ser responsabilidad de la comunidad “autorizar” a aquellos hermanos o hermanas que crean que pueden servirles para satisfacer las distintas necesidades que tienen como cristianos. Es necesario que así sea, pues de otro modo aun pudiendo ser servidos por un hermano o hermana buscarán que lo haga “el padre-cura” porque ellos mismos lo consideran más distinguido. Se percibe cómo algunos buscan “recibir la comunión” de manos del sacerdote porque no acaban de ver normal que la distribuya un seglar y menos si es mujer. Tampoco es de recibo, como yo he visto, que un cura esté impartiendo la comunión durante casi quince minutos por no pedir a alguien que haga ese servicio.

Al hilo de estos ejemplos, poco importantes, pero significativos, que además en muchas comunidades ya no se dan, pero que en otras sí, también me gustaría que los clérigos caigan en la cuenta de lo sorprendente que nos resulta a algunos ver cómo suben al altar hombres o mujeres a hacer varias de las lecturas litúrgicas y a la hora de leer el evangelio, esa lectura se la reserve el sacerdote. Es vergonzoso y, en la misma medida, irritante. Será normativo, pero estas y otras rúbricas hay que ignorarlas no sólo en las celebraciones de pequeñas comunidades, sino también en las grandes comunidades parroquiales. ¿Qué consecuencias prácticas pensarían que habría de tener el sacerdocio común de los fieles proclamado en el Concilio Vaticano II? ¿Se puede uno imaginar diversas categorías de sacerdocio, cualitativamente diferentes, en el sacerdocio de Jesucristo? ¿O sólo es fruto de la mentalidad clasista que algunos quieren que condicione todos los comportamientos humanos? ¿Somos o no de verdad un “pueblo sacerdotal”?

Por parecidas razones quisiera unirme a la Asociación Mulleres Cristiás Galegas Exeria que se solidarizan con Christina Moreira que declara con valentía y mucho amor apostólico su condición de presbítera.

José María Álvarez Rodríguez

Miembro del Foro Gaspar García Laviana.

www.forogasparglaviana.es