RAZÓN Y CREENCIAS
Al leer el final de la conferencia que el cardenal Müller pronunció en el Seminario Metropolitano de Oviedo, sus palabras me han herido en lo más profundo de mi razón. Decir que en la Iglesia entran los hombres “irracionales” y salen “racionales”, contradice lo que desde hace muchos años me pareció más evidente en el pensamiento católico reflejado en su cuerpo doctrinal: la irracionalidad a la que se somete a todos sus fieles, siendo ello una de las principales causas del rechazo a la Iglesia, tanto por parte de los jóvenes porque no ven atractivo entrar en ese juego –y hoy nadie les obliga a ello como en otro tiempo-, como por parte de los adultos que empiezan a tener fuerza para liberarse de las creencias que les proponían como contenidos de la fe.
Parece que hay una coherencia, podemos decir, sistémica, tanto en el pensamiento como en la praxis de la Iglesia Católica. Parece que todo encaja: lo que se dice y lo que se hace y uno con otro. Debido a la coherencia interna todo parece como verdadero y aceptable. Pero es mera apariencia. El disparate pulula por doquier. Quien no lo ve es por falta de análisis crítico. Muchos somos conscientes de la irracionalidad de las creencias, pero seguimos agazapados en el rincón tratando de apañarnos para mantenernos en nuestra tradicional fe católica. En otros tiempos la crítica abierta había llevado a algunos a la hoguera. Hasta no hace mucho, durante los dos anteriores pontificados, aunque no les era posible el fuego físico, sí seguían quemando vivos a quienes se atrevían a la discordia, retirándoles de sus cátedras, descalificando sus libros, amedrentándoles con entrevistas inquisitorias, acudiendo a obispos o superiores religiosos o religiosas para que tomasen medidas… Está prohibida cualquier reflexión que intente explicaciones más razonables de los contenidos de la fe cristiana o que aliente comportamientos morales más en consonancia con lo que es la naturaleza del ser humano. Quien lo intente desde dentro quedará ahogado por la fuerza descomunal que la institución ejerce sobre él. Müller precisamente es hoy el encargado de vigilar y reducir cualquier conato de indisciplina intelectual de los teólogos dogmáticos o moralistas y en su papel está siendo más papista que el Papa este, más abierto a la diversidad de opiniones. Los que siempre más fuertemente han exigido sumisión, ahora son ellos los díscolos que se sublevan.
Todo el engranaje del edificio doctrinal y jurídico se asienta en la irracionalidad. La fe, en cuanto creencia, exige por principio la renuncia a la razón. La ideología donde están incrustadas las verdades católicas es el caldo de cultivo que hace posible que todo funcione en el interior. Pero al estar asentada en un pensamiento antiguo, pre-científico, hace que toda ella hoy se esté tambaleando. Es obvio que el problema no se solucionará mientras no se haga una deconstrucción con bases distintas, apoyadas en la razón científica en cuanto sea posible. Por otra parte, la ideología está protegida por un férreo armazón jurídico que se asienta en una organización autoritaria piramidal que no sé cuánto tiempo podrá soportar el embate de la concepción democrática moderna para organizar los grupos sociales. Incluso podrá llegar un día en que la sociedad civil exija democracia interna a cualquier institución que quiera tener en ella personalidad jurídica. Como se hizo con los partidos, también se podría hacer con los grupos religiosos con el fin de proteger a los fieles de tantos abusos a los que están expuestos al regirse solamente por sus propias leyes internas.
¿Cuáles son los cimientos en los que se asienta la ideología de las creencias católicas que hacen posible tanta irracionalidad? Creo que estos son los tres principales elementos que dan estabilidad interna a esta construcción: el misterio, el dogma y una autoridad despótica de origen divino, cada uno de ellos expresión evidente de la más pura irracionalidad.
El “misterio” ha de ser asumido por el creyente sin ninguna reserva. Así se nos reduce ya de entrada y se nos instala en la irracionalidad sin posibilidad alguna de crítica. “La fe es un salto en el vacío”, se decía. Y al lado del misterio, el dogma, que es el misterio hecho fórmula concreta, es lo que hemos de creer porque la Iglesia así nos lo enseña. El argumento de autoridad complementa la trilogía encargada de sostener el humanismo “nihilista” católico. Digo nihilista porque se nos reduce a la nada en cuanto seres dotados de razón. Sabíamos muy bien que por cualquier dirección que caminásemos dentro de la Iglesia nos encontramos con el cartel de “prohibido pensar y experimentar”. Todo está ya dicho y legislado. Conozcamos las leyes y actuemos en consecuencia. Quien se sale del marco de la propia ideología es expulsado a las tinieblas exteriores como elemento perturbador. Lo decía Múller: es dentro donde únicamente está la luz de Cristo.
Tenemos muchos ejemplos para ver hasta qué punto es verdad todo lo dicho anteriormente. ¿Cómo se sigue interpretando el origen del universo, de la vida, del hombre? ¿Cómo se puede entender hoy lo que se dice sobre el pecado original y su transmisión de generación en generación desde una primera pareja de la que descendemos todos? ¿Cómo se explica aún hoy que Jesús de Nazaret es Hijo de Dios engendrado por obra y gracia del Espíritu Santo, sin intervención de varón? ¿Cómo se puede explicar la infalibilidad de los Papas? ¿En qué se apoya la Iglesia para arrogarse tener ella la exclusividad de la interpretación de la ley natural? ¿Por qué se presenta a Jesús de Nazaret casi exclusivamente como sacerdote cuando él nada tuvo que ver con esa figura especialmente religiosa? ¿Cómo se sigue explicando la presencia de Cristo en la Eucaristía? ¿Por qué el celibato es hoy obligatorio? ¿Por qué empecinarse en no dejar comulgar a los divorciados vueltos a casar? ¿Por qué no regular la posibilidad de divorcio en ciertos supuestos? ¿Por qué esa visión tan oscurantista de la sexualidad? Etc. Etc. Etc. Así cientos y cientos, diríamos hiperbólicamente, de preguntas. Todas ellas con respuestas muy claras hechas a la luz del misterio, el dogma y la autoridad suprema que ostentaron siempre un pequeño grupo de iluminados.
Así las cosas, ¿cómo estar dentro de esta Iglesia los que en ella hemos nacido y crecido? ¿Cómo estar en ella los que queremos ser discípulos de un Jesús de Nazaret que es bien distinto del que ella predica? ¿Cómo estar los que no aceptamos sus creencias ideológicas? No cabe otra salida que iniciar, primero, un proceso de liberación intelectual que nos saque de la oscura prisión donde pretenden que vivamos encerrados, y, segundo, ir a la práctica de un cristianismo sencillo, como lo vivieron las gentes de las primeras comunidades. En esas condiciones es más posible la racionalidad a la que no podemos renunciar. El misterio, los dogmas, y casi todas las leyes, son muy posteriores. Sin nada de esto, en los dos primeros siglos hubo muy buenos cristianos. Desde unos contenidos sencillos de fe y de moral y con un testimonio de vida entregada al servicio de los más necesitados, teniendo siempre como referencia la vida y el evangelio de Jesús de Nazaret, posiblemente seamos capaces de hacer atractivo el mensaje cristiano a los jóvenes de hoy, pero no para vivirlo dentro de la Iglesia, odre viejo, sino en pequeñas comunidades.
José María Álvarez