EL PAPA FRANCISCO AFRONTA LA POSTURA DE LOS
CRÍTICOS
EN SU DISCURSO DE CLAUSURA DEL SÍNODO
En la primera parte
de su alocución habla el Papa del significado del Sínodo, resaltando en él
algunos aspectos positivos, entre otros el no haber caído en la cómoda
repetición de lo que es indiscutible o ya se ha dicho, como algunos pretendían.
Alaba el Papa que las dudas y dificultades se hayan afrontado sin miedo y sin
esconder la cabeza bajo tierra y que el Sínodo haya servido para sacudir las
conciencias anestesiadas y hacer ver que el evangelio es “una fuente viva de
eterna novedad y no un conjunto de proposiciones doctrinales convertidas en
piedras muertas para lanzarlas contra los demás”. El Papa manifiesta claramente
no compartir esta postura.
Un creyente tiene que
ver y mirar la familia con los ojos de Dios, limpiamente, sin prejuicios, y,
sobre todo, misericordiosamente. Se han visto “corazones cerrados, que a menudo
se esconden incluso dentro de las enseñanzas de la Iglesia o detrás de buenas
intenciones, sentados en la cátedra de Moisés” (¿en el Viejo Testamento?) y
juzgan, “a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las
familias heridas”. Cree el Papa que algunos necesitan ser algo más humildes,
por una parte, y más profundos, por otra. Para ello no es necesario saber más,
sino amar mejor, a la manera de Cristo, misericordiosamente. No ve que algunos
lo hagan así.
El Papa Francisco
quiere que cambiemos el modo de entender el ser de la Iglesia. En la Evangelii
Gaudium ha querido recalcar que la Iglesia es de los pobres y para los pobres.
Ahora que la Iglesia es también de los pecadores y para los pecadores. No se la
pueden hurtar, como pretenden algunos, tratando de cerrarles sus puertas. El
Sínodo ha abierto horizontes superando “la hermenéutica conspiradora” “para
transmitir la belleza de la novedad cristiana, a veces cubierta por la
herrumbre de un lenguaje arcaico o simplemente incomprensible”. Es indudable la
necesidad de cambiar no sólo el enfoque de la moralidad, cuyos principios se
han de inculturalizar, sino que se necesita también
hablar con un nuevo lenguaje que la gente sencilla comprenda. Él es un buen
ejemplo de este cambio en la comunicación. Es claro en la expresión y valiente
al afrontar el obstruccionismo que percibió en algunos que critican “con
métodos no del todo benévolos”. Quieren que la Iglesia no se salga de los
“módulos impresos” y siga sin ofrecer “de la fuente inagotable de su fe agua
viva para refrescar los corazones resecos”.
Esto es lo que ha
intentado él junto con la mayoría de los integrantes del Sínodo: “abrazar plena
y valientemente la bondad y la misericordia de Dios”. ¿Habrá algún cristiano
que pueda rechazar esta actitud? ¿Se podrá decir que ésta no es la verdad del
evangelio? Denuncia que algunos se erigen en defensores de la verdad de Cristo,
pero lo hacen equivocadamente, pues la verdad no está en la letra, sino en el
espíritu. No aciertan defendiendo ideas, pues lo que hay que defender es al hombre.
Algunos no acaban de entender que lo importante “no son las fórmulas, sino la
gratuidad del amor de Dios y de su perdón”, que “el primer deber de la Iglesia
no es distribuir condenas o anatemas sino proclamar la misericordia de Dios,
llamar a la conversión y conducir a todos los hombres a la salvación del
Señor”. Describe muy acertadamente el papa las coordenadas donde se mueven
quienes están poniendo trabas al caminar de la Iglesia, guiada hoy por quien
pide a los sinodales que lleven a todas las partes del mundo, a cada Diócesis,
a cada comunidad y a cada situación la luz del Evangelio, el abrazo de la
Iglesia y el amparo de la misericordia de Dios.
Uno no puede menos
que estar al lado de este obispo que preside desde Roma la Iglesia Católica
Universal, aunque no llegue hasta donde uno quisiera, pues resta aún un largo y
más difícil camino que recorrer para poder poner un poco más de humanidad en el
enfoque de la moralidad y un poco más de racionalidad en los contenidos
dogmáticos, que deben ser desideologizados para transmitirlos más limpiamente,
sin las adherencias de la antigua mentalidad mítica y del pensamiento precientífico.
José María Álvarez
Octubre 2015