REGRESO AL PASADO
Por Santiago Agrelo
Apenas se abre la nueva edición típica del Misal Romano en lengua española, uno
se encuentra con lo que, en principio, parece una errata; pero en seguida ves
que es más bien una opción, pues se repite tantas veces como en el texto
litúrgico se dice “Oh, Dios”, incluso cuando la invocación exclamativa aparece
en medio de una frase: “Que tu misericordia, oh, Dios, limpie al pueblo fiel”.
Supongo que habrá
una hermosa explicación para todo eso. Supongo que la interjección ¡oh!, es un
monosílabo que por sí solo, sin nombres al lado, significa admiración, asombro,
extrañeza o sorpresa, y que de Dios, como de todo lo demás, prefiere verse
separado al menos por una coma.
Curiosamente, el texto latino de
referencia en el Missale Romanum no dice: “O Deus” –al modo del “O tempora, o
mores!, de Cicerón, o del himno “O Redemptor” de la misa crismal, o del “O
felix culpa” de la Vigilia pascual-.Tampoco dice “Oh, Deus” –al modo del “Oh!,
perii!”, de Plauto-. Dice sencillamente “Deus”. Con lo cual, la traducción no
parece que en eso se haya atenido al criterio de literalidad.
La anécdota me
lleva a una consideración más general sobre este libro que se supone es para la
comunidad eclesial: ¡Y es que la comunidad jamás podrá entenderlo! El lenguaje
es arcano. Los intereses, las preocupaciones, las ideas, todo queda fuera del hoy
de la comunidad creyente.
Se puede abrir el
libro por cualquier página para encontrar ejemplos de ese lenguaje fuera del
tiempo –fuera de la vida de los fieles-. Para muestra, valga la primera misa de
Adviento:
“Concede a tus fieles, Dios todopoderoso, el deseo de salir acompañados de
buenas obras al encuentro de Cristo que viene, para que, colocados a su
derecha, merezcan poseer el reino de los cielos”.
“Acepta, Señor, los dones que te ofrecemos, escogidos de los bienes que hemos
recibido de ti, y lo que nos concedes celebrar con devoción durante nuestra
vida mortal, sea para nosotros premio de tu redención eterna”.
“Fructifique en nosotros, Señor, la celebración de estos sacramentos, con los
que tú nos enseñas, ya en este mundo que pasa, a descubrir el valor de los
bienes del cielo y a poner en ellos nuestro corazón”.
Tengo la certeza de que nadie de ustedes ha usado nunca en su oración personal o en su conversación el lenguaje de esas oraciones del I Domingo de Adviento.
Tengo la certeza
de que nadie, incluido el sacerdote que las ha pronunciado, sabe al salir de la
misa lo que en esas oraciones se ha pedido.
Tengo la certeza
de que nadie usaría esas palabras en la celebración si a alguien se le permitiese
hacer esa oración.
Tengo la certeza
de que esas oraciones no dejan siquiera un recuerdo de sí en la vida de los
fieles que las oyen.
Y lo que es más
asombroso: La teología del misal ha dejado a los pobres fuera de las preocupaciones
de la comunidad que celebra la eucaristía.
Pero tal vez lo
más alarmante sea que esta edición del Misal Romano llega con vocación de
revisión… y eso sabe a regreso al pasado… Tal vez para saber de Iglesia, en el
futuro hayan de vernos y analizarnos en los museos.