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EL PERVERSO PODER DE LA PEDERASTIA

Juan José Tamayo

Web de Redes Cristianas.

Dic. 15 2014


No todas las llamadas telefónicas son ociosas e ineficaces. Hay algunas que logran sus objetivos y tienen efectos inmediatos. Los han tenido las que el papa Francisco hizo al joven profesor granadino que le escribió una carta informándole de los abusos sexuales que él y otras personas menores de edad sufrieron desde la infancia por parte de algunos sacerdotes y seglares. Francisco le llamó en dos ocasiones para pedirle perdón, mostrarle su apoyo, comprometerse a investigar el caso y decirle que lo pusiera en conocimiento del arzobispo de Granada, quien, a decir verdad, no mostró la misma diligencia que el papa, ya que tardó en responder a las llamadas del joven agredido sexualmente.

El arzobispo solo tomó medidas sancionadoras bajo la presión del papa, más solícito en la solidaridad con la persona herida y en el castigo del delito que el propio pastor diocesano. Es algo que viene repitiéndose últimamente. Los obispos encubren las agresiones sexuales de los clérigos y llegan a comprar el silencio de las víctimas y de sus familias con dinero. El papa, empero, toma la iniciativa de la denuncia y sanciona a los propios obispos retirándolos de sus funciones pastorales por la indignidad de su inmoral comportamiento.

Las llamadas de Francisco contrastan con el largo silencio de Juan Pablo II y del cardenal Ratzinger, durante su presidencia de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ante situaciones similares. Fue un silencio cómplice con los abusos sexuales producidos contra víctimas indefensas en numerosas instituciones eclesiásticas: parroquias, seminarios, noviciados, colegios, cometidos por cardenales, arzobispos, obispos, sacerdotes, formadores religiosos, educadores, padres espirituales, y conocidos por la citada Congregación por las numerosas denuncias que llegaban hasta ella.

Ésta, lejos de tramitar e investigar los casos denunciados y ponerlos en manos de la justicia, imponía silencio a las víctimas para que no trascendiera el escándalo de tamaña agresión, y, para disuadirlos de que revelaran o denunciaran las agresiones sexuales, los amenazaba con penas temporales y eternas, que generaban total indefensión e incluso culpabilidad en la persona objeto de los abusos. ¿Sanción para el pederasta? Hasta hace poco tiempo, ninguna. A lo sumo, el obispo ordenaba el cambio de destino pastoral al religioso pederasta sin informar a la nueva feligresía de la razón de dicho traslado. Así, el pederasta podía seguir cometiendo las agresiones sexuales con total impunidad.

La permisividad del delito, el silencio, la falta de castigo, el encubrimiento, la complicidad y la negativa a colaborar con la justicia convertían la pederastia no solo en una agresión sexual individual, sino en una práctica legitimada estructural e institucionalmente –al menos de manera indirecta- por la jerarquía eclesiástica en todos sus niveles en una cadena de ocultamiento que iban desde la más alta autoridad eclesiástica hasta el pederasta, pasando por los eslabones intermedios del poder religioso.

La raíz de tan abominable práctica se encuentra, a mi juicio, en la estructura patriarcal de la Iglesia católica y en la masculinidad hegemónica que convierte al varón en dueño y señor en todos los campos del ser y del quehacer de la institución eclesiástica: organizativo, doctrinal, moral, religioso-sacramental, sexual, etc. Y no cualquier varón, sino el clérigo -en sus diferentes grados: diácono, sacerdote, obispo, arzobispo, papa-, que es elevado a la categoría de persona sagrada.

La masculinidad sagrada se torna condición necesaria para ejercer el poder, todo el poder, todos los poderes. Lo domina y controla todo, absolutamente todo: el acceso a lo sagrado, la elaboración de la doctrina, la moral sexual, los puestos directivos, la representación institucional, la presencia en la esfera pública, el poder sagrado de perdonar los pecados, el milagro de convertir el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, el triple poder de enseñar, de santificar y de gobernar.

Este poder empieza por el control de las almas, sigue con la manipulación de las conciencias y llega hasta la apropiación de los cuerpos en un juego perverso que, como demuestran los numerosos casos de pederastia, termina con frecuencia en las agresiones sexuales más degradantes para los que las cometen y más humillantes para quienes los que sufren. Se trata de un comportamiento diabólico programado con premeditación y alevosía, practicado con personas indefensas, a quienes se intimida, y ejercido desde una pretendida autoridad sagrada sobre las víctimas que se utiliza para cometer los delitos impunemente.

El poder sobre las almas es una de las principales funciones de los sacerdotes, si no la principal, como reflejan las expresiones “cura de almas”, pastor de almas”, etc., cuyo objetivo es conducir a las almas al cielo y garantizar su salvación, conforme a una concepción dualista del ser humano, que considera el alma la verdadera identidad del ser humano e inmortal. El poder sobre las almas lleva derechamente al control de las conciencias. Solo una conciencia limpia, pura, no contaminada con lo material, garantizaba la salvación. Por eso la misión del sacerdote es formar a sus feligreses en la recta conciencia que exige renunciar a la propia conciencia y someterse a los dictámenes morales de la Iglesia. Se llega así al grado máximo de alienación y de manipulación de la conciencia.

Pero aquí no termina todo. El final de este juego de controles es el poder sobre los cuerpos, que da lugar a los delitos de pederastia cometidos por clérigos y personas que se mueven en el entorno clérico-eclesiástico, que son el objeto de este artículo. Quienes ejercen el poder sobre las almas y sobre las conciencias se creen en el derecho de apropiarse también de los cuerpos y de usar y abusar de ellos. Es, sin duda, la consecuencia más diabólica de la masculinidad sagrada hegemónica. Cuanto mayor es el poder de las almas y más tiránico el control de las conciencias, mayor es la tendencia a abusar de los cuerpos de las personas más vulnerables que caen bajo su influencia: personas crédulas, niños, niñas, adolescentes, jóvenes, personas discapacitadas, etc.

Y un efecto perverso más para intranquilizar las conciencias de las personas creyentes, e incluso de quienes no lo son, y para impedir el disfrute gozoso de la sexualidad: la masculinidad hegemónica se presenta como hetero-normativa y construye la homosexualidad: a) desde el punto de vista religioso, como pecado que debe ser condenado; b) desde el punto de vista jurídico como delito que debe ser castigado –y de hecho lo es en numerosos países hasta con la pena de muerte; c) y, desde el punto de vista médico-sanitario, como una enfermedad que hay que curar.

 

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Pederastia y masculinidad sagrada

Juan José Tamayo

05-Enero-2015

Mi artículo “El perverso juego de la pederastia” (EL PERIODICO DE CATALUÑA, 14 de diciembre; REDES CRISTIANAS, 15 de diciembre; ATRIO, 16 de diciembre; AMERINDIA, 27 de diciembre), ha tenido numerosas reacciones, muchas de ellas favorables y con valiosas aportaciones, sobre todo de colectivos feministas, especialistas en estudios de género, algunos colegas teólogos y  lectoras y lectores no identificados. Me han llegado también algunos denuestos, muy gruesos, por cierto, y, por ello, irreproducibles.  Agradezco los primeros y lamento los segundos, no por las críticas, que siempre hay que acoger con respeto,  sino por el tono insultante, que no facilita el debate. Respondo a unos y otros profundizando en los argumentos  expuestos y aportando otros nuevos.

 

Ante tamaños e indignos delitos contra la dignidad de personas indefensas como los cometidos por los pederastas hay que indignarse, denunciar, tomar medidas, pedir justicia, exigir sanciones para que no reine la impunidad. Ojalá se hubieran producido estas reacciones desde el principio, cuando comenzaron a conocerse los casos de pederastia, y no se hubiera esperado a actuar cuando se habían dado ya miles y miles de agresiones y cuando muchos de los delitos habían prescrito.

 

Yo creo que las actitudes condenatorias, muy necesarias, no son suficientes, si se quedan en la mera denuncia. Pueden ser incluso un acto de cinismo si no se llega hasta el fondo del problema. Hay que ir a las raíces del fenómeno de la pederastia, mucho más extendido en la Iglesia católica que los casos que aparecen. Muchísimo más. Y en España también. Hasta ahora solo ha aparecido la punta del iceberg.

 

El valor del artículo, a mi juicio, no radica en hacer ver la gravedad del problema, que ya es conocido y que ninguna persona con un mínimo de racionalidad niega, sino en poner el dedo en la llaga, en haber señalado las causas de fondo de tan diabólico comportamiento: la masculinidad dominante convertida en sagrada, el poder igualmente sagrado de los varones consagrados a Dios sobre las almas y las conciencias, el poder fálico-sagrado sobre los cuerpos y el sistema patriarcal imperante en la Iglesia católica.

 

Mientras la masculinidad hegemónica se eleve a la categoría de sagrada y siga siendo la base del ejercicio del poder, mientras el patriarcado sea la ideología sobre la que se sustenta el aparato eclesiástico y la forma organizativa del mismo, volverán a producirse dichos comportamientos criminales contra las personas indefensas: niños, niñas, adolescentes, jóvenes, seminaristas, novicios, mujeres, personas discapacitadas, alumnos, alumnas, etc. Se buscarán métodos más sibilinos, pero las cosas no habrán

 

Y no me parece que haya voluntad, ni deseo, ni compromiso de cambiar las cosas a nivel institucional. Es verdad que con el papa Francisco se empieza a notar  un cambio de prioridades, que ya no son el dogma, la moral sexual o la defensa de un único modelo de matrimonio calificado de “cristiano”. Las prioridades del papa argentino son la creación de una Iglesia de los pobres, el mensaje social liberador del cristianismo, la denuncia radical del actual modelo económico neoliberal. Francisco está demostrando un mayor respeto hacia las diferentes identidades y opciones sexuales que sus

 

Pero, aun así y todo, en el organigrama eclesiástico siguen imperando la masculinidad hegemónica y el patriarcado homofóbico. No hay más que ver la organización jerárquico-patriarcal de la Iglesia católica: el papa, los cardenales, los arzobispos y obispos, las conferencia episcopales, los sacerdotes, los diáconos, el gobierno de la Iglesia (la Curia romana), los presidentes de las Congregaciones romanas, los responsables de la las instituciones judiciales, los miembros de la Comisión de cardenales nombrada por Francisco para la reforma de la Iglesia, los miembros del Sínodo de obispos sobre la familia con voz y voto, los que presiden y administran los sacramentos: ¡Todos hombres!

 

¿Y las mujeres? No son consideradas sujetos eclesiales, ni morales, ni sacramentales, son excluidas de los espacios de responsabilidad eclesial, del ámbito de lo sagrado, de los ministerios eclesiales, de la reflexión teológica “magisterial”, de la elaboración de la moral, de la representación eclesial. Los homosexuales son también excluidos de dichos espacios.

 

La organización patriarcal homofóbica no es una excepción o una desviación de la norma. Responde al más estricto cumplimiento y es la más escrupulosa aplicación de la legislación y de la actual normativa en la Iglesia católica, tal como se fija en el vigente Código de Derecho Canónico (promulgado por el papa Juan Pablo II, 25 de enero de 1983), que ha suplantado al Evangelio.

 

Más todavía: esta organización se pretende justificar teológica y bíblicamente apelando a los orígenes de la Iglesia, a su fundación divina, al orden jerárquico-patriarcal establecido por Jesús de Nazaret, conforme a la elección solo de hombres y al principio de la sucesión apostólica a la que solo tienen acceso los hombres. Por ello, al ser de origen divino y al responder a la voluntad del fundador, tal organización se considera inmutable e irreformable.

 

¿Dónde está la trampa de este razonamiento? En que no responde a los orígenes del cristianismo, ni al movimiento que puso en marcha Jesús de Nazaret, sino que es una reconstrucción ideológica dictada por el deseo de perpetuación de la hegemonía patriarcal en todos los campos dentro de la Iglesia: el doctrinal, el moral y el

 

Estoy de acuerdo con las denuncias, con las condenas, con las sanciones, con la tolerancia 0 ante los numerosos casos de pederastia que se han producido y siguen produciéndose en todos los grados de la clerecía y en las diferentes instituciones católicas. Pero no es suficiente. Es necesario cambiar la actual estructura mental, organizativa y legislativa autoritaria de la Iglesia, que es patriarcal, homófoba y hegemónico-masculina, por otra que sea realmente igualitaria e inclusiva.

 

 

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Ante la pederastia clerical, breve decálogo

X. PICAZA. 25.11.14

Desde hace algunos años vuelve regularmente a la prensa (y por desgracia a la vida), el tema de la pederastia, especialmente en su vertiente clerical, aunque son infinitamente más los casos ocultos que los desvelados.

En este momento está en primera plana el asunto de una presunta “mafia” de pederastas curas de Granada (España), sacudiendo la conciencia clara o "farisea" de millones de personas. Es bueno que así sea, si sirve para orientar a la Iglesia y para "curar" (de formas distintas) no sólo a las víctimas, sino a los posibles pederastas.

El tema en general es muy complejo y no tengo gran autoridad para abordarlo, pues no soy médico, educador, psicólogo o juez…. Pero lo he vivido de cerca, desde hace mucho tiempo, he conocido muchos casos, y eso me permite opinar con libertad, desde una perspectiva cristiana (humana).

El problema nos sitúa en las raíces de la conflictividad afectiva de hombres y mujeres, mayores y niños, y nadie tiene las claves para resolverlo, aunque muchos piensan que, al fin, en esta sociedad, es insoluble. No se puede solucionar, pues forma parte de la trama de la vida… pero puede encauzarse quizá un poco mejor, y así pienso hacerlo en las reflexiones que siguen, abriendo caminos de cambio para la sociedad (y de un modo más concreto) para la misma Iglesia, en línea de humanidad, que es la línea de la Iglesia, para bien de los niños y de todos los hombres y mujeres.

1. Pederastia, un tema humano

La pederastia se inscribe en el proceso de educación y maduración afectiva y sexual de los niños. En un momento dado, algunos educadores (del entorno familiar o social) en vez de acompañarles y guiarles en respeto, gozo y libertad, hasta que ellos puedan elegir y recorrer personalmente su opción afectiva, tienden a aprovecharse de ellos, para encontrar placer o ejercer su poder.

Algún tipo de pederastia se ha dado y seguirá dándose siempre en el contexto familiar y educativo, recibiendo valoraciones distintas en las diversas sociedades, desde los sistemas tribales antiguos, pasando por las culturas clásicas (Grecia. la India…) hasta la actualidad. En algunos contextos culturales un tipo de pederastia se sigue considerando legal e incluso se admite el matrimonio con menores.

2. Perversión suprema. Dos tipos de pederastia

Está por un lado la pederastia “casual”, por así decirlo, mucho más frecuente de lo que se dice, en contextos de cercanía afectiva, especialmente familiar. Un tanto por ciento bastante elevado de niños y niñas han sido objeto de miradas y “tocamientos”, que a veces se “resuelven” con la edad, pero que otras veces causan en ellos grandes traumas, como saben bien los expertos (amigos y educadores, psicólogos y médicos etc.). Muchas veces, este tipo de pederastia casual no necesita resolverse en los tribunales, sino que se resuelve (y sufre) con la misma vida, aunque en otros casos debe llevarse ante el juez.

Está por otra parte la pederastia organizada en forma de “trata de niños y niñas”, desde el llamado “turismo sexual” (para conseguir por dinero el “trato” con menores, hasta la prostitución infantil y el utilizamiento organizado de niños y niños. En este caso se sitúan las “mafias” que actúan a veces por dinero, otras por simple “placer”, de forma duradera. En esta línea se pueden situar los casos de “aprovechamiento” continuo de niños y niñas. Ésta es una de las grandes lacras de nuestra sociedad. Aquí debe acudirse siempre al juez.

3. Iglesia, un lugar sagrado (y peligroso) para niños

La iglesia cristiana puede y debe concebirse como espacio de maduración en el amor, en libertad. Por eso, en ella cobra un sentido especial el “amor” a los niños, entendido en forma de respeto y de acompañamiento en el proceso de la educación personal, familiar, afectiva. En esta línea se (nos) sitúa de un modo especial evangelio de Marcos (y de Mateo) que presentan el “escándalo de niños” (es decir, la utilización sexual o humana de menores) como el mayor de todos los pecados: “Más le valdría atarse a una piedra de molino y tirarse al mar que hacer daño a los niños”.

Pero la misma cercanía afectiva que ofrecen los grupos de Iglesia (y otros grupos semejantes: ciertos centros educativos, escuelas deportivas etc.) puede convertirse en espacio de alto riesgo, si es que los “educadores cristianos” pierden su norte (no son hombres y mujeres de madurez afectiva) y buscan en los niños una satisfacción sexual compensatoria. Siempre se ha sabido que lo más alto puede convertirse en lo más bajo, pasando del “creo en Dios Padre” a la “resurrección de la carne” en un lugar equivocado.

4. Pederastia clerical. Una situación de riesgo

La iglesia debería ser (y en gran parte ha sido y sigue siendo) un espacio ejemplar de acogida, educación y maduración de los niños. Así lo muestra la inmensa labor de miles de religiosas y religiosos que han entregado su vida a la educación de los niños, en libertad y respeto. Pero en ciertos sectores de Iglesia, un tipo de celibato ministerial (o de autoridad), impuesto de un modo apresurado (para captar vocaciones de grupo) y vivido en contextos “sacralizados” (con poca libertad y madurez) ha podido servir de “caldo de cultivo” para un tipo de “tendencia a la pederastia compensativa” (ante otras carencias afectivas).

Con seguridad, esta pederastia clerical sacralizada no es mayor que la que se da en otros contextos de familia y escuela, o en centros educativos y organizaciones sociales de diverso tipo, pero presenta una mayor gravedad por el hecho de que se produce en un ambiente sacralizado donde el educador clérigo ejerce una autoridad espiritual sobre los menores (y se aprovecha de su dignidad) para utilizarles sexualmente, de un modo más o menos claro. Siempre se ha dado la mirada especial al más “guapito/a”, algún tipo de preferencia (¡y es normal!), pero si ese gesto sale del cauce normal de la vida puede convertirse en fuente de satisfacción sexual sustitutoria (enfermiza, y a veces criminal).

5. Justicia social (y cristiana), el derecho del niño

Pues bien, en este contexto se ha dado un cambio fundamental que (para sonrojo de los eclesiásticos) ha comenzado en la sociedad civil antes que en la Iglesia: Desde hace unos decenios (y especialmente en los últimos años) la justicia de los países occidentales está condenando severamente la pederastia. Se ha dado aquí un salto cualitativo, algo que antes (y en otros países todavía) resultaba impensable: La sociedad civil ha tomado a su cargo la defensa de la libertad y de la autonomía “afectiva” de los niños.

Este cambio (el descubrimiento y protección de los derechos personales, afectivos y sexuales de los niños) constituye un elemento clave en el despliegue de la humanidad. La sociedad civil se siente capaz de proteger a los niños, por encima incluso de su mismos entornos familiares y sociales (donde ellos vivían antes). Pues bien, en este campo, eso es absolutamente normal (y necesario) que la Iglesia acepte en este campo el veredicto y control de la sociedad civil, sin privilegios clericales,

6. Estamos en un tiempo bueno. Contra la “omertá” clerical

Ha existido desde antiguo una pederastia de ese tipo, envuelta en gestos de secreto sagrado y mantenida oculta por la “omertá” típica de todos los grupos cerrados (desde la mafia siciliana hasta una gran iglesia). Estos problemas se resolvían en silencio, dentro de la propia iglesia (o familia), conforme a una larga tradición, que tenía sus valores, pero también sus grandes (mayores) riesgos; han sido miles y miles de hombres y mujeres los que han sufrido en la Iglesia (y más en otros grupos sociales) un tipo de presión afectiva, sexual y personal de este tipo.

Pues bien, nos hallamos en un tiempo bueno, propiciado por la nueva libertad social, y por la misma actitud de la Iglesia Católica que quiere abrirse y mostrar sus problemas, sin miedo ante el mundo, por el cambio de actitud del Papa Benedicto y más por el de Francisco. Está terminando la omertá clerical, está es una de las mejores noticias que hemos escuchados en los últimos decenios en un campo eclesiástico. No es que ahora haya más casos de pederastia, posiblemente hay muchos menos, pero se conocen, ye es muy bueno que se conozcan, para que así sepamos lo que somos y podamos plantear de mejor manera nuestras experiencias, caminos y metas.

7. Un tema “social”. No sólo “castigar”, sino reeducar (también) al pederasta

La justicia social (cf. Constitución Española 25, 2) tiene como fin no sólo el “corregir” (castigar) a los infractores (y proteger a los niños sometidos al abuso sexual de los mayores), sino abrir a los mismos pederastas un camino de “corrección” (de re-educación, re-socialización). No se trata sólo de castigar, sino especialmente de ofrecer espacio de maduración distinta, empezando quizá por la cárcel (¡qué utopía!), para centrarse sobre todo en el cambio social.

El problema de la pederastia no se resuelve sólo con el miedo al castigo, ni con la “cárcel que debe reeducar”, sino con el establecimiento de una sociedad madura y sana en el campo social y afectivo. Como decimos, la sociedad no debe ocuparse sólo de defender al niño jurídicamente al niño (cosa necesaria), sino también de educar y ofrecer espacio de cambio para el pederasta, haciendo posible el surgimiento de una sociedad donde los adultos puedan desplegar en libertad su opción sexual, sin descargarla (de forma enfermiza o “voluntaria” y criminal) sobre los niños.

8. Una iglesia para niños, pero también para “pederastas” (para su perdón y “conversión”)

Conforme a lo anterior, la iglesia debe abrir espacio de educación en madurez y libertad para los niños; esto es lo más importante, ofrecer espacio sociales de madurez en el amor, sin imposiciones, ni magias estructurales, sin normas que se impongan sobre individuos y grupos. Por eso, ella no puede condenar sin más al pederasta, sino ofrecerle también espacios, estímulos y caminos para una educación en el amor y libertad (y para el surgimiento de una sociedad sin pederastas).

También el pederasta merece un respeto y una atención. No podemos hacerle chivo expiatorio de todos nuestros males, como ahora tiende a decirse en ciertos círculos de Iglesia. (He oído decir a un jerarca muy alto de la iglesia hispana que hay que arrancar a los pederastas y expulsarlos de la iglesia, como manzanas podridas…). Ciertamente, los pederastas clericales han de ser juzgados sin más por las leyes sociales, pero ellos siguen siendo “hijos queridos” de la Iglesia, que (en muchos casos) tiene la responsabilidad real (¡no la culpa!) de lo que ellos son, pues les ha hecho vivir (hasta ahora) en un ambiente que parecía propicio para cierto tipo de pederastia. En esa línea, muchos pederastas clericales son producto de un tipo de iglesia, y no se les puede condenar sin que la Iglesia haga “penitencia” (y abra un camino de conversión) con ellos.

9. Un cambio de iglesia (más allá de un celibato)

Creo (y sé por experiencia) que el celibato temporal o para siempre es un “don” evangélico, si evangélicamente se vive. Creo, además, que el celibato ofrece unos cauces de autonomía y responsabilidad fuerte en la entrega por el Reino de Jesús. Pero vivido en ambientes de poder (¡sólo el célibe puede…!) y desarrollado en espacios de afectividad “cerrada” ha podido convertirse en caldo de cultivo de un tipo de pederastia (vinculada sobre todo con un tipo de homosexualidad entendida como pecado).

Por eso es necesario un cambio fuerte en la vida de la Iglesia, más allá de pequeños maquillajes de imagen, de simples cambios de cosmética propagandística. Se trata de volver al Evangelio, a la raíz de la vida humana, en libertad y autonomía, destacando la madurez de las personas (con opciones afectivas básicamente estables). Por eso me alegro de “presunto” crimen del “clan” de Granada, si sirve para replantear algunos temas básicos del celibato y del “poder” eclesial y si, al mismo tiempo, sirve para que los pederastas puedan encontrar, al fin, si es que lo han sido, un camino de madurez humana, no como “manzanas podridas”, sino como pecadores (culpables) arrepentidos y transformados (es decir, como cristianos de primera).

10. Un tema para la Congregación de la Doctrina de la Fe.

Éste es finalmente un problema que me viene impactando hace ya tiempo. Los mayores de edad, dedicados a la teología, con cierta libertad, amor y riesgo, hemos sentido en la nuca la mano fría de esta Congregación, que nos ha vigilado (y a veces perseguido) por la forma de entender la Encarnación del Logos, la Personalidad el Espíritu Santo o el sentido biológico de la maternidad divina de María… Pues bien, los años altos y “gloriosos” de esta Congregación han pasado, y ahora ella se ocupa de temas “bajos” de pederastia clerical, considerada como tema de fe.

Tengo mis grandes dudas sobre la efectividad de este cambio. No sé si los clérigos de la Doctrina de la Fe de “Pedro” son los mejor preparados para entender, vigilar, castigar y “convertir” a los que tienen problemas de “petrina”. Pero ahí están. No sé si han caído o han subido en el escalafón vaticano… Pero es evidente que han cambiado. Les deseo un buen trabajo. Quizá vuelva a hablar de ellos otro día, si el tema lo merece.

 

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El celibato

como causa de la pederastia

 

Hasta el diario El País reconoce en un reportaje que “Todos los expertos consultados coinciden en negar cualquier relación directa entre celibato y pederastia”.

Pese a que el propósito del artículo, como puede suponerse, no sea defender el celibato, la conclusión es clara respecto a si el celibato puede ser la causa de que un sacerdote se convierta en pederasta. El País reconoce abiertamente que “Todos los expertos consultados coinciden en negar cualquier relación directa entre celibato y pederastia”.

Uno de los expertos citados en el reportaje es el Pere Font, director del Instituto de Estudios de la Sexualidad y la Pareja de Barcelona, con más de tres décadas de profesionalidad a sus espaldas. Según Font, “los instintos pederastas aparecen en la adolescencia y los primeros años de la juventud. Es decir, que cuando uno entra en el seminario ya presenta ciertos estímulos. Dicho esto, quiero aclarar que el celibato complica más esta situación porque no ofrece una salida diferente a las necesidades sexuales de un pederasta. Pero la Iglesia no fabrica pederastas. Rotundamente no”. El artículo, significativo por proceder del medio del que procede, no aclara sin embargo cuáles son las salidas a las necesidades sexuales de los pederastas fuera del celibato.

Otro dato interesante, recogido también en los últimos días por diferentes medios, es el de la estadística de casos de pederastia desde 1995 hasta la actualidad en Alemania. Las cifras muestran que se han producido 210.000 casos a lo largo de esos años, siendo sólo 94 (un 0,04%) los que afectaban a sacerdotes católicos. Es de suponer, por tanto, que los otros 209.996 casos (el 99,96%) afectaron a personas que –sorpresa- no practicaban el celibato.

 NAVARRACONFIDENCIAL.

 

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Hans Küng

arremete contra el Papa Benedicto XVI

17 de marzo de 2010

 "Ninguna persona en la Iglesia ha tenido sobre su mesa tantos casos de abusos como él", afirma Küng, quien recuerda que Joseph Ratzinger ya tuvo conocimiento de esas prácticas cuando fue durante ocho años profesor de Teología en Ratisbona, donde su propio hermano Georg debió informarle sobre los abusos en el coro catedralicio infantil.

El teólogo alemán, enfrentado desde hace décadas con el Vaticano, recuerda también que el Papa fue durante cinco años arzobispo de Múnich, diócesis en la están surgiendo casos de pederastia durante su mandato, y 24 años prefecto de la Congregación para la Defensa de la Doctrina de la Fe.

"En esta última se acumulan y tratan bajo el más absoluto secreto -secretum pontificium- todos los casos graves de delitos sexuales de clérigos de todo el mundo", subraya Küng para destacar que el Papa estuvo ya en el pasado informado de numerosos casos que ahora salen a la luz.

Agrega que "Ratzinger se dirigió en un escrito del 18 de mayo de 2001 a todos los obispos para recordarles que los casos de abusos entran dentro de los graves delitos que son sometidos a secreto pontificio y cuya violación se encuentra bajo castigo eclesiástico".

"Y finalmente: cinco años de Papa sin que haya habido cambios en esa práctica funesta", escribe Küng, quien afirma que Benedicto XVI debería asumir su propia responsabilidad en vez "de lamentar una campaña contra su persona".

Küng se pregunta el motivo por el que el Papa habla aún de la presunta "santidad" del celibato como un "valioso regalo" e ignora el mensaje bíblico en el que se permite expresamente el matrimonio a todos los religiosos.

"El celibato 'no es santo', no es ni tan siquiera 'sagrado', es más bien 'funesto', ya que excluye a un amplio número de buenos candidatos al sacerdocio" y ha expulsado de sus puestos a un gran número de religiosos que deseaban casarse, subraya el teólogo.

Añade que "la ley del celibato no es una verdad de la doctrina de la fe, sino una ley eclesiástica del siglo XI, que debía haber sido abolida ya en el siglo XVI ante las exigencias de los reformadores", así como una norma que la mayoría del pueblo y el clero desea ver revisada.

Hans Küng critica igualmente las afirmaciones de la Conferencia Episcopal Alemana que rechazan toda relación entre el celibato y la pederastia en la Iglesia Católica y comenta que "la verdad exige que se tome en serio y no se niegue la correlación entre abusos y celibato".

En ese sentido cita un estudio realizado durante 25 años por el psicoterapeuta estadounidense Richard Sipe, quien llega a la conclusión de que una vida en celibato que se inicia en internados y seminarios no hace sino fomentar las tendencias pedófilas.

Küng reclama que también la Conferencia Episcopal Alemana asuma su responsabilidad por los escándalos de pederastia en la Iglesia Católica y exige que la jerarquía eclesiástica abandone en el futuro el secretismo y colabore decididamente con la Justicia para resolver esos casos.

Finalmente advierte a la Iglesia Católica en Alemania de que puede verse enfrentada a reclamaciones de indemnizaciones como las que en 2006 costaron 1.300 millones de dólares a sus colegas en EEUU o los 2.100 millones de euros del fondo creado para el mismo fin en Irlanda. (RD/Efe)

 

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 El celibato no es la causa de la paidofilia

Ludwig Kröber, psiquiatra de la Universidad Libre de Berlín

 Kröber enseña e investiga en la “Charité”, que es una clínica conjunta de la Universidad Libre de Berlín y de la Universidad Humbold. Más de la mitad de los premios Nobel alemanes proceden de esta institución.

Sus declaraciones tienen particular interés porque Kröber, que en su juventud militó en la juventud comunista, se proclama públicamente ateo, aunque sus investigaciones son altamente apreciadas en la Congregación para la Doctrina de la Fe del Vaticano.

El Instituto de Kröber lleva a cabo estudios permanentes sobre antiguos casos de paidofilia, todos los años emite dictámenes sobre los autores y las víctimas de delitos de abuso sexual de menores. El profesor se ocupó personalmente de la problemática de los eclesiásticos cuando formó parte en 2003 de una comisión de expertos creada por el Vaticano.

En el curso de sus declaraciones, Kröber asegura que “el verdadero problema de la Iglesia católica son sobre todo los sacerdotes homosexuales que no son capaces de vivir o que no quieren vivir la abstinencia sexual y que al mismo tiempo intentan disimularlo, de forma que a veces mantienen relaciones con homosexuales de sectores socialmente marginados”.

Las investigaciones llevadas a cabo por el profesor le han convencido también de que “otra fuente de problemas son los sacerdotes que mantienen relaciones heterosexuales”, si bien reconoce que las comunidades parroquiales de Alemania tienden a tener más comprensión frente a los sacerdotes que tienen una concubina.

“Naturalmente que siempre es posible combatir el celibato y defender el punto de vista de Lutero; pero, en vista de que los delincuentes de abusos sexuales con menores son extraordinariamente raros entre las personas celibatarias, en ningún caso puede decirse que el celibato es la causa de la paidofilia”. “El típico paidófilo no es en ningún caso una persona que se esfuerza por vivir la abstinencia sexual”, concluye Kröber.

La atención se centra en los menos peligrosos.

Lo que más preocupa al profesor alemán, que ha emitido dictámenes en juicios famosos –por ejemplo, sobre el terrorista Christian Klar de la Rote Armee Fraktion (RAF)– es que se atrae la atención de la opinión pública al sector menos peligroso para los menores, por lo menos en Alemania.

“Puestos a emitir hipótesis de sospecha habría que tener en cuenta que el riesgo es mayor en un club deportivo y que el nuevo compañero de una madre soltera o divorciada puede ser un mayor peligro para un menor, tanto por lo que se refiere a la violencia como el abuso sexual”.

“No sería necesario demostrar estadísticamente que el celibato no causa la paidofilia (si bien, naturalmente, algunos paidófilos optan por el celibato), de la misma manera que tampoco es necesario hacerlo en el caso de un entrenador de fútbol o de un peluquero”, dice Kröber, argumentando que “se trata de un hecho probado por la medicina del sexo, lo mismo como el besar no es la causa del embarazo y la masturbación no produce un reblandecimiento de la columna vertebral”.

Los auténticos paidófilos son personas que tuvieron ya una viva actividad sexual precoz y no personas adultas con un “superproducción hormonal” por falta de pareja. La creencia de que la falta de pareja tarde o temprano desemboca en la pérdida de la orientación sexual original es “científicamente una tontería”.

Según Kröber, que basa sus afirmaciones en estadísticas procedentes de los tribunales alemanes y de la Iglesia, nadie se vuelve paidófilo por carecer de contactos sexuales con una persona adulta.

“Después de una fase de abstinencia sexual, uno no empieza de repente a soñar en menores y deja de soñar en mujeres atractivas: para un varón heterosexual los niños son y serán sin interés”.

En un detallado estudio estadístico, Kröber demuestra que la probabilidad de que un célibe cometa un abuso sexual en Alemania es de 1 contra 40. Desde 1995 sólo un 0,045% de los autores en casos de sospecha por abusos sexuales registrados en Alemania son sacerdotes o religiosos.

En concreto y en el caso de abusos sexuales de menores, el estudio demuestra que la proporción de delincuentes célibes eclesiásticos en comparación personas no célibes es de uno contra 40 (partiendo de la sospecha de delito) y de uno contra 22 en el caso de casos sentenciados.

A Kröber le llama la atención que, después de ocho semanas de debate público no se haya sacado a la luz ninguna sospecha de delito registrado en los últimos años.

El hecho de que ahora se documenten hechos ocurridos en 1952 demuestra las dificultades con que tropiezan los hablan de una epidemia de paidofilia (actual) de eclesiásticos. En el Colegio Canisiano de Alemania ha sido preciso retroceder veinte años para detectar tres casos sospechosos. De los 9.500 delitos de este tipo registrados en Berlín desde 1995 no hay ningún caso relacionado con colegios de los jesuitas

Ricardo Estarriol, de Aceprensa